sábado, junio 09, 2007

Cachito de Novela

El amor de Marcela, era algo más que eso, eso que tanto espantaba a Santiago, que ninguno de los dos sabe como se llama y menos yo. El destino los apoyaba en este camino de encontrarse sin horarios, y en momentos inimaginables. Marcela daba un grito al cielo cada que esto pasaba y veía a Santiago en un paradero y ella boquiabierta colgaba el auricular del teléfono público de donde llamaba, o cuando a él lo mandaban del trabajo a comprar a un supermercado, y a ella se le ocurría comprar en el mismo lugar sobres, en la misma caja, a la misma hora, coincidían, y muchas veces más, sin previos avisos, sin luces de tan siquiera imaginar que uno iba a estar al lado del otro. Entonces ella comenzaba con sus porques? Porque? Cómo así estaba en el mismo lugar y a la misma hora que yo?, ¿por qué? Que significa eso? ¿por qué el otro día que yo caminaba y me sentía muy triste y sola, y lloraba, algo me incito a que volteé y verlo a él en un ómnibus de la parte delantera? ¿por qué entre tantas gentes y tantos carros, tenía que estar el de él? Y eso era sólo el comienzo de algunas de las preguntas se haría en el transcurso de toda su historia, porque la verdad es que a veces parecía en que Santiago se esforzaba por volver loca a Marcela, y la otra verdad es que ella ponía mucho de su parte para que esta locura perdure.

2

Hey sube! Gritaba Marcela con la típica euforia característica en ella, que en esos tiempo era bastante menos de lo que es ahora. Hey taller de poesía!
Santiago perdido entre tanta gente, volteaba sin encontrarla, hasta que la vio allí subida en un carro estirando las manos y moviéndolas de izquierda a derecha. A dúo y en tono de pregunta se dijeron: Taller de poesía?, y una sonrisa acabó con esa primera coincidencia.
Fumas?, le preguntó Marcela
Si pero aquí? Respondió un asustado Santiago
Irreverente como siempre fue le contó que hace 2 minutos estaba fumando como una loca, y que nadie se había quejado en absoluto, él quiso correr el riesgo y aceptó el cigarrillo y ser su cómplice desde entonces. En el transcurso del viaje de algo debían hablar y que otra cosa podían hablar que no fuera literaturas, sus gustos literarios, coincidentes en Ribeyro. Menos encandilada que Margarita quedó Marcela con este muchacho. Margarita se había fijado con detalle en los ojos marrones de Santiago que parecían dos pecanas echadas, en sus labios ni finos ni toscos, y en la expresión tan delicada a la hora de sonreír. Sin embargo a Marcela le llamó mucho la atención la paz de sus ojos, la manera tan fluida de hablar pero sin llegar hostigante sino por el contrario, de pronto y hasta hubiera deseado que aquel viaje no acabe nunca.

3

Aquella ilusión duró menos que poco, y alguien apagó la vela que se empezaba a encender en ella, y que más bien se encendía en otra. Una amiga que no le quitaba el ojo a Santiago , una chica bonita y con el culo más grande de la universidad, y esa voz tan dulcecita, y ese forma de ser tan empalagosa que tenía, acabó por embobar a Santiago, y a renunciar a Marcela, de ese escenario de pronto tan imposible, improbable. Fue un noche en que todos los poeta novatos salimos a tomar unas cervezas a un bar por San Miguel. Tocaba una banda amiga rock en castellano, tocaba y de pronto bajo la mirada para llevarme el vaso de cerveza a la boca, y encuentro que otras bocas se llenaban entre ellas. Eran la culona y Santiago. Un extraño hincón clavó mi corazón, demostrándome que ese sería el primer gran dolor que me daría Santiago.

Lo suyo duró como diría Sabina... “ lo que duran dos peces de hielo en un whisky”

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posted by Octavia at 4:48 p. m., |

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