jueves, noviembre 09, 2006

Fragmentos de El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz

  • yo estaba corriendo como un loco en busca de Octavia de Cádiz que fue mi perdición

  • lo hago por ti y para ti Octavia, y para que quede un testimonio de que en efecto, como tú bien lo decías, jamás se sabrá cual de los dos habría ganado una competencia en la que el triunfador hubiese sido aquel que tuvo la peor suerte.

  • pero sobreviví porque aún quedaba vida y esperanza, porque sin quererlo por supuesto, a Octavia como que le encantaba que un hombre ............en ese estado por ella cualquier cosa mientras nada ni nadie me tocará el corazón.

  • ni con humor, ni con rabia ni con pena logré cambiar el desenlace de esta historia, encontrarle alguna nueva explicación y hasta hoy he mantenido exacto su sabor amargo, sucio y terriblemente injusto.

  • trate de olvidarlo alguna vez sí, y llegue a odiarlo y a odiarme porque me era imposible, qué es lo que más me hizo sufrir tener que volverme abstracta, como decía tan acertadamente él.

  • y aunque yo la mirará y la mirará y ella se dejará mirar y mirar en un desesperado esfuerzo por lograr que la abstracción del amor se convirtiera en una sublime amistad

  • pero hay que saber defenderse, no ceder, no dejarse arrancar las últimas migajas de ilusión

  • Yo sentí que los pies de sus piernas me pisoteaban alma corazón y vida aunque sin quererlo ella, por supuesto.

  • Octavia siempre ha sido una muchacha muy alegre pero demasiado imaginativa, excesivamente intuitiva y tremendamente sensible.

  • Estoy absolutamente convencido de que jamás viviré tanto como para acabar olvidándote

  • Yo me he quedado solo para siempre, y en ese sentido le digo muy sinceramente que creo ser un inquilino ideal para sus muebles, para su parquet, en fin, para todo su departamento.

  • El teléfono un aparato con el cual he mantenido siempre relaciones bastante extrañas, mezcla de dignidad y amargura. Jamás llamo cuando me voy a morir de soledad, por ejemplo, y jamás respondo cuando alguien me puede salvar la vida.

  • Porque yo era un sórdido rezago feudal de todo lo que tenía que desaparecer en América Latina.

  • Pero él insistía, creo que más que nada por la pena que le daba verme en ese estado tan calamitoso.

  • Por último debo decirle que yo en la vida estoy dispuesto a soportarlo todo, hasta que se me abandone.

  • Porque aún no había aparecido Octavia de Cádiz que se me había desternillado de risa al verme en esa situación, ella que siempre reía y que presumía que rompía corazones

  • Octavia de Cádiz, cada vez, la misma que apareció en los peores momentos de mi vida, aquellos de la enorme carencia de algo, de mucho, de todo, y la misma que me hacía decir extrañamente Octavia de Cádiz cada vez que me olvidaba de algo, cada vez que me quemaba, cada vez que me tropezaba o algo así.

  • Y ella me abrazó muy fuerte como si todo lo supiera de antemano cuando le conté que había sentido un escalofrío de muerte al verla.
    Tardé varios días en darme cuenta de que Octavia era la primera persona en el mundo a la que había visto reírse así, con la más profunda ternura, con la más profunda atención. Podía estarse riendo a carcajadas, con los ojos cerrados, o mirando a otra parte, pero siempre se estaba fijando en los demás, siempre sabía qué pensaban, qué sentían los demás, siempre estaba observándolo todo. ¡Y qué alegría!

  • Su risa era un fiesta, una invitación a la vida, que yo acepté, porque jamás había visto a nadie amar tanto a la vida como Octavia de Cádiz.

  • Sé que el olvido es largo, y en el fondo interminable, pero lo que jamás imaginé es que, de pronto, desde hace unos días, no quisiera tener que olvidar interminablemente a Octavia.

  • No puede empezar conmigo porque yo más bien tiendo a estar acabando.

  • Inhalo su voz su risa, su ternura, sus piernas, un montón de bencina, en fin y no saben hasta qué punto inhalo los ojos más bellos que he visto en mi vida.

  • Tenían la forma de una lágrima puesta horizontalmente y eran enormes y demasiado inquietos para ser tan miopes aunque con mucha frecuencia la sonrisa los salvaba de ser tristes. Desde la mañana, Octavia los maquillaba como quien desea acentuar su intensidad, como quien subraya su mirada al mundo. Se desfiguraban, se deshacían, cuando Octavia lloraba. De esas dos enormes y acentuadas lágrimas que eran sus ojos, brotaban otras lágrimas diferentes que nublaban las primeras, hasta hacerlas desaparecer. Era algo muy extraño porque sus ojos eran como una pena infinita y general, un llanto por todos y de todos.

  • Porque la ternura de Octavia era demasiado rápida y demasiado intensa para toda aquella epopeya y para todo y para todos.

  • Y esto por la sencilla razón de que la ternura de Octavia jamás tuvo nada que ver con este mundo. Dios mío, qué horrible es hablar cuando ya nadie le pide a uno explicaciones.

  • Pero felizmente llegó aplastarme más el corazón, a tiempo, y no logró resbalarse de felicidad.

  • Como protegiéndonos el uno del otro, como alejándonos de algo en los brazos, y al mismo tiempo sabiendo que nunca habíamos estado tan cerca en la vida y que a mí nunca nadie me había mirado con tanta ternura y que tampoco yo había mirado nunca a nadie con tanto agradecimiento. Un beso. Quise darle un beso, pero Octavia recogió una de mis manos con las suyas, la acarició tres veces, muy ligeramente, con mis mejillas, y me la devolvió con un beso en la palma, que aquí lo tengo todavía y sangra.

  • Y con el tiempo fueron miles, como si a Octavia, de la felicidad, sólo le interesaban los recuerdos. La comprendí desde el día en que dejé de verla para siempre, por un tiempo, y me encontré con el departamento repleto de pequeños objetos que ella me traía de sus andanzas por París.

  • ¿Por qué no les confiesas que eso a Octavia la puede matar de pena y de celos? ¿Y por qué no le confiesas que ni siquiera insististe en saber qué hacía en un bar a las tres de la mañana, si estaba sola, si esta acompañada?

  • Martín Romaña, me confesé, eres un hijo de la gran puta. A ti lo único que te interesa es que esa chica te alegre tus clases en la universidad y te ayude a matar cuatro horas al día, cada tarde...

  • Sus piernas te hacen sonreís. Sus ojos te preocupan de verdad. Su tos te agota más que a ella. Su llanto te ha conmovido siempre. Su inteligencia te deslumbra.

  • ¿Y si te estuvieras defendiendo de ella, Martín? Sabes que Inés nunca volverá y a lo mejor temes... No, tampoco es eso. Es tu indiferencia. Tu enorme indiferencia y ese interminable decaimiento. No estás sano, todavía, y no logras ver sino instantes de esa muchacha que te llama a las tres de la mañana para decirte que no vayas a tener miedo, para que sepas que si hoy se fue furiosa y celosa, mañana volverá a las cuatro en punto porque no ha pasado nada, nada. No ha muerto en ti el hombre sensible, la persona capaz de interesarse, de sentir cariño por la gente, por todo lo que pasa a tu alrededor. ¿Acaso no te conmovió la canción que te hizo escuchar Octavia?

  • Ahí se sentaba cada tarde, ahí colocaba siempre, a un lado su enorme bolso negro, y ahí había recibido yo muchas de las bofetadas que me había dado.

  • Y después estuve preguntándome horas quién era esa muchacha eternamente vestida de negro, quién era esa muchacha que todas las noches desaparecía a las ocho en punto y que, de pronto, me había llamado dos veces en la madrugada, sin haberme logrado o querido decir de dónde me llamaba, con quién estaba.

  • Y de que Octavia, casi siempre, me hacía hablar a mí de Inés, de mis antiguos amigos, de mi familia en el Perú, de mi fracaso en las cosas que más había anhelado en la vida, de mi frustración como escritor, que ella jamás aceptó, y de mi enfermedad.

  • Octavia, como una especie de compañera de camino. Pero ni la indiferencia, ni la tristeza, ni el dolor de la ausencia de Inés, ni esa especie de letargo en que vivía me impidieron ver desde el comienzo que era algo más y por momentos muchísimo más. Dos veces ya había querido besarla. Más de una vez la había acariciado. Cada tarde había gozado de la ternura que ponía en todos sus actos, en todo lo que decía.

  • ¿Por qué hablaba tanto y se reía tanto y contaba tan poco? ¿Por qué siempre yo le contaba mucho más siempre a ella?

  • ¿Por qué cuándo uno le preguntaba dónde estás, a las tres y a las cinco de la mañana, respondía estoy junto al micro o voy a cerrar la puerta de la cabina telefónica? ¿Por qué lloraba hace un momento en el teléfono? ¿y por qué había dicho no quisiera tener que dejarte nunca, Martín?

  • Mientras estuviera enfermo y triste jamás me dejaría

  • Lo único que quería era que se cumplieran los siete días de su ausencia porque jamás pensé que la iba a extrañar tanto.

  • En medio de cualquier alboroto sus palabras parecían tener siempre una urgencia total. Era imposible no detenerse en ellas, en la ternura con que manifestaba el más mínimo interés por algo.

  • Se le veía extremadamente frágil y sus palabras parecían las de una persona que incesantemente se está exponiendo a algo. Y el esfuerzo que hacía por verlo todo, por comprenderlo todo, por conocer mi mundo, como decía ella, me parecía por momentos el de una persona que vive siempre como si se fuera a morir mañana.

  • -Bailo pésimo Octavia
    - Quiero bailar pésimo contigo, Martín
    - La miraba mientras empezábamos a bailar pésimo, mientras.

  • Empezó a besarme, me imagino que en un desesperado esfuerzo por probarme que nosotros jamás desapareceríamos entre la neblina.

  • Ven, no te pierdas, por favor

  • Me dio el abrazo de despedida más fuerte que me han dado en mi vida. Uno de esos abrazos que, no puedo negarlo, me haría hablar así, algún día, de Octavia de Cádiz.
 
posted by Octavia at 7:25 p. m., |

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