miércoles, diciembre 13, 2006

Las Historias que mi abuelo no me contaba

Mi abuelo no me contaba historias. Mi abuelo me contaba las cartas.

Todas las tardes después de terminar mis tareas, nos mirábamos y ambos ya sabíamos que venía luego. Yo debía prepararle su té de las cinco de la tarde y él se encargaría de alistar la mesa para ponernos a jugar cartas, hasta que mamá llegará de trabajar o la luna se atreviera a salir.
La victoria casi siempre la obtenía él, por picón. Astucias que yo simplemente soportaba por que adoraba verlo sonreír mostrando esos dos dientes que le quedaban y que eran justo los dos del medio cada que reía parecía un conejo.

Modesto Alpaca!, ¿Cómo estas colorado?, le gritaban en cada esquina. Mi abuelo en el barrio era más conocido que la ruda, Èl se reía mientras tiraba la colilla del quinto cigarrillo que había fumado a lo largo del día y le decía a su amigo de turno. Ella es mi nieta, siempre le preguntaban, ¿ah si?, ¿De cuál de tus hijas? ¿de Anita, Gioconda, Dany, Lily? No, no es de Carmen- interrumpía Modesto, no permitiendo que se olviden de su sexta hija. ¿Ah de Camuchita? Y me sonreían por sonreír.

Mi abuelo de joven había sido muy guapo, y puedo advertir que aún de viejo le quedaba mucho de esa belleza, Sus ojos eran del color de la miel eran impresionantemente bellos y su nariz respingada lo distinguían entre el resto. Y que bien que sacó provecho de esa pinta para asediar a cuanta mujer se le cruzará por su camino.

A sus conquistas nunca les decía su verdadero nombre. A mi abuela le dijo que se llamaba Jesús. Y así se llamó todo el tiempo de enamorados, recién le confesó su nombre pocos días antes de la boda. Mi abuela cuenta que Modesto estuvo tanto tiempo detrás de ella pidiendo una salida que al fin un día se la dio, ese día fue decisivo. Mi abuelo demostró con esa única cita sus dotes de galán y terminó enamorado a Filida, la señorita de los ojos más azules de todo Moyobamba.

Tenía más de sesenta años y caminaba cojeando apoyado en un bastón, secuela de dos derrames cerebrales los cuales lo obligaron volver a casa. Cabeza caliente había partido hace 20 años a Tingo María, dejando a mi abuelo y sus ocho hijos por perseguir a una charapa. Un día llamaron dándonos la noticia de que medio cuerpo se le había paralizado, de inmediato algunas de sus hijas viajaron en busca de él, internándolo acá en una buena clínica, y en la casa recibiendo el cuidado de mi abuela quien nunca le guardó rencor.

Un día dejó de caminar y otro de hablar, sólo miraba y cuando lo acariciaba sonreía y abría grande muy grande sus ojos. Su cuerpo se llenó de escaras y comía por medio de sondas. Es triste decirlo pero aquel popular y simpático señor se estaba muriendo. La familia dando vueltas alrededor de él. Yo lo miraba apenada, no sé si ya él me veía. Me dolía saber que se estaba yendo mi compañero de juego, el televidente número uno del chavo del ocho, mi sonrisa de conejo.

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posted by Octavia at 6:50 p. m., |

2 Comments:

Hermosa crónica.
Abrazos para ti y don Modesto.
  At 6:22 p. m. Blogger Vica said:
Muy hermosa cronica.